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Palabra Creadora

INTRODUCCION EPISTOLAS SAN PABLO, V

INTRODUCCION EPISTOLAS SAN PABLO,  V

LAS CARTAS DE SAN PABLO

Aunque no tuviéramos más que las cartas de Pablo, esto bastaría ya para colocarlo entre los grandes escritores de la antigüedad.  Más que la cantidad, impresiona la inteligencia, la agudeza del pensamiento y la inmediatez existencial.  Nacieron al servicio de la misión y son parte integrante de la misma.  “Un fragmento de la misión”,  llamadas así por W. Wrede,  por eso les viene muy bien aquella definición de la carta que da el escritor griego Demetrio, probablemente contemporáneo de Pablo; “la otra parte del diálogo” que se estableció ya antes con los destinatarios. 

Hay 13 cartas que llevan en  el encabezamiento el nombre de Pablo;  y la catorce, la carta a los Hebreos, se le atribuyó en el siglo II, aunque no fue escrita por él,  por más que el autor intenta discretamente ponerse en su lugar (cf 13, 25-25).  De las 13 cartas,  hay siete que todos consideran protopaulinas o sea,  auténticas de Pablo: I Tesalonicenses,  I y 2  Corintios,  Gálatas,  Romanos, Filipenses  y Filemón,   que fueron escritas entre los años 50 y 60 y que  se constituyen los escritos más antiguos del cristianismo. En las otras cartas, la mayor parte de los críticos se inclina a ver la mano de algún discípulo.  

Teniendo en cuenta la fecha probable en que se escribieron y la afinidad de su contenido, podemos agrupar de este modo las cartas de Pablo: 

1. Cartas de tónica escatológica : I Tesalonicenses, II Tesalonicenses (más I Corintios 15).

2. Cartas que insisten en la actualidad de la salvación y la vida de las comunidades: I Corintios, II Corintios, Gálatas, Filipenses.  Romanos representa una síntesis de este período.

3. Cartas de la cautividad,  que ponen de relieve el papel cósmico de Cristo.  Colosenses y,  dependiendo de ella,  Efesios (que algunos especialistas atribuyen a un discípulo de Pablo.  De este mismo periodo es la breve nota a Filemón,  muy personal.

4. Cartas centradas en la organización de las comunidades:  I Timoteo, II Timoteo, Tito.  Son las cartas llamadas “pastorales”.  Se atribuyen a veces a un discípulo del apóstol. Por último la carta a los Hebreos o carta sacerdotal.

 

 

 

EPÍSTOLAS DE SAN PABLO, IV

EPÍSTOLAS DE SAN PABLO, IV

EL MAYOR MISIONERO CRISTIANO 

El libro de los Hechos ofrece una narración ordenada de la obra misionera de Pablo.  Se desarrolla preferentemente en aquella zona costera del Mediterránea que Deissmann llama “la elipse del olivo”, y que toca las ciudades de Damasco, Tarso, Antioquía de Siria, Chipre y Anatolia sudoriental;  vienen luego las ciudades de Filipos, Tesalónica, Berea, Atenas, Corinto,  en Europa;  Éfeso, capital de la provincia romana de Asia, y Roma, capital del imperio. 

Los datos de las cartas confirman este cuadro, aunque no permiten seguir todas sus líneas y anclarlas dentro del esquema de una triple expedición,  tal como se dibuja en los Hechos. 

Pablo escogía intencionalmente las grandes aglomeraciones humanas de las ciudades más pobladas, sobre todo las que no habían sido tocadas aún por el evangelio, en donde intentaba hacer surgir al menos una pequeña comunidad cristiana que estuviera animada y presidida por personas especialmente entregadas y generosas, (ver I Ts 5, 12-13,   I Co 16, 15-16).  Todo hace pensar que la metodología misionera de Pablo,  a diferencia de los predicadores itinerantes de su época, buscaba a los pueblos más que a los individuos concretos;  por esto parece realmente singular que Pablo no haya tomado nunca en consideración a una ciudad tan poblada y significativa como Alejandría de Egipto.  Desde el principio tiene conciencia de haber sido llamado a evangelizar a los gentiles (Gál 1, 16), y esta vocación queda ratificada por Pedro y los apóstoles (Gál 2, 9-10). 

Su método de comunicar el evangelio se compendía en la palabra, en el ejemplo y en el amor:  una palabra que no es simple transmisión verbal, sino que va impregnada del Espíritu y del poder de Dios, que interpela a los hombres por medio de sus enviados,  “como si Dios exhortase por nosotros” (2 Co 5, 20). A la comunidad de Tesalónica escribe:  “Al recibir la palabra de Dios que os predicamos, la abrazasteis no como palabra de hombre,  sino como lo que es en verdad, la palabra de Dios, que permanece vitalmente activa en vosotros los creyentes (I Ts 2, 13);  en efecto, el evangelio es “poder de Dios para todo el que cree” (Rom 1, 16).

 

EPÍSTOLAS DE SAN PABLO, III

EPÍSTOLAS DE SAN PABLO,  III

SAN PABLO:   UN GRAN VIAJERO.

 A pesar de la abundancia de  documentación, las cartas y los Hechos, no todo está aclarado en los itinerarios de Pablo.  Por ejemplo,  los Hechos mencionan tres viajes a Jerusalén (9, 26; 11, 30; 15, 2),  mientras que Pablo sólo habla de dos (Gál 1, 18;  2, 1). Analizar todas las hipótesis que se han hecho nos llevaría demasiado lejos.  Con la mayor parte de los autores, admitiremos que el viaje del que habla Gál 2, 1-10 corresponde al núcleo de la narración de Hech 15.  De este modo se puede determinar como sigue el esquema de las tres grandes correrías apostólicas de Pablo,  que partieron todas ellas de la ciudad de Antioquía. 

Primer Viaje:  Chipre, Panfilia, Licaonia (Hech 13-14). El problema de la circuncisión de los paganos convertidos: el concilio de Jerusalén (Hech 15, 1-20;  Gál 2, 1-10). 

Segundo Viaje: Licaonia, país gálata, Tróade, Macedonia (Filipos, Tasalónica), Atenas, Corinto, regreso a Antioquía por Efeso (Hech 15, 41 al 16, 22). 

Tercer Viaje: Galacia, Efeso (más de dos años), Macedonia, invierno en Corinto.  Regreso a Jerusalén por Macedonia, Mileto.  Prisión en Jerusalén (Hech 18, 23 al 23). 

La lectura atenta de las cartas, especialmente de 1 y 2 de Corintios, permite matizar y precisar más las cosas.  

En lo que se refiere a la cronología, encontramos un dato fundamental en la comparecencia de Pablo ante el procónsul Galión en Corinto (en el año 51).  Teniendo esto en cuenta se puede situar la primera misión entre el 46 y 48;  la segunda entre el 49 y 52 y la última,  entre el 53 y el 58.

 

 

Fuente: San Pablo en su tiempo -  Edouard Cothenet

 

 

INTROD. EPÍSTOLAS DE SAN PABLO, II

INTROD. EPÍSTOLAS DE SAN PABLO,  II

SAULO EL PERSEGUIDOR 

(1 Cor 15, 9; Gal 1, 13.23; Flp 3, 6; 1 Tim 1, 12s; Hch 7, 58; 8, 1-3; 9, 1-2; 22, 30; 26, 10)

Aunque los textos hablan de persecución de la iglesia, sólo se refieren a una fracción de la misma, a los helenistas.  De momento, los cristianos que siguen frecuentando el templo con los doce se ven libres de la represión.  Entonces es que los helenistas se distinguían por una actitud más radical (Hch 6, 13s). En su requisitoria profética, Esteban acusa a los judíos de haber resistido siempre al espíritu de Dios; condena el culto del templo y presenta a Jesús como el verdadero profeta prometido por Moisés.  En compensación, sus acusadores le tachan de seductor y le aplican la sanción prevista en el Deuteronomio contra los que intentan apartar al pueblo de la ley de Moisés (Dt 13, 2-6). 

En los textos de Pablo, hay un término que aparece en varias ocasiones,  el de celo (Gal 1, 14; Flp 3, 6). Adquiere todo su sentido cuando lo relacionamos con unos cuantos pasajes del Antiguo Testamento y de la doctrina de los zelotes. La palabra celo no resulta una buena traducción de la raíz qn que sirve en hebreo para designar una actitud de adhesión apasionada.  En efecto, la originalidad de la religión mosaica consiste en haber presentado a Yavé como un “Dios celoso”, esto es,  como un dios exclusivo y excluyente, a diferencia de los dioses extranjeros tan acomodaticios para con las demás divinidades.  El celo de Dios es la seriedad misma de su divinidad, que no puede situarse en plan de igualdad con ningún otro dios.  Como pago a su alianza, Yavé exige una adhesión exclusiva a él; y entonces el celo designará naturalmente la actitud de los israelitas verdaderamente fieles a la alianza, muy parecida a veces a un fanatismo intransigente.  Así,  por ejemplo, la escritura, alaba por su celo al sacerdote Fineés que traspasó con su lanza al israelita y a la mujer madianita culpables de haber participado en el culto licencioso a Baal.  Elías, después de haber exterminado a los 450 profetas de Baal, se presenta ante Dios con estas palabras:  “Me consume el celo por el Señor, Dios de los ejércitos, porque los israelitas han abandonado tu alianza (1 Re 19, 10.14). 

Al principio de nuestra era,  el movimiento zelote se inspiraba en esos mismos principios. ¿Fue quizá Pablo zelote? No es posible afirmarlo, pero se cree que lo mismo que muchos de los fariseos, sintió vivas simpatías por el movimiento extremista. 

¿Cuáles fueron los motivos que condujeron a Saulo a perseguir a los seguidores de Jesús de Nazaret?  ¿Sería acaso la idea de que un crucificado no podía ser el mesías, ya que por su suplicio se había convertido en un maldito de Dios, según una exégesis de Dt 21, 23 a la que Pablo dará la vuelta con habilidad en Gal 3, 13?  Semejante explicación no permite comprender por qué la persecución se dirigía sólo contra los helenistas,  y no contra las doce que seguían acudiendo al templo. 

Parece que fue otra razón más grave la que motivo la actitud de Pablo.  Con su genio teológico, tuvo que vislumbrar ya entonces las consecuencias extremas de la actitud de Esteban respecto al templo.  Era todo el sistema de la ley el que se veía amenazado y consiguientemente el lugar de Israel en el mundo, si era cierto que la ley aseguraba al pueblo su marco de existencia.  La conducta de Pablo entonces “supone que el cristianismo se le presentó como una apostasía respecto a la ley, la fe cristiana como una negación de su ideal de una estricta observancia de las prescripciones de la ley”  (Dom Dupont).

 

Fuente: San Pablo en su tiempo -  Edouard Cothenet

 

 

 

 

INTRODUCCIÓN A LAS EPÍSTOLAS DE SAN PABLO

INTRODUCCIÓN A LAS EPÍSTOLAS DE SAN PABLO

FUENTES :  Para conocer a san Pablo disponemos de dos tipos de fuentes.  En primer lugar, las cartas, en las que él mismo da noticias fragmentarias de sí mismo, de su origen, de su conversión, de sus fatigas apostólicas, de sus colaboradores y adversarios, de los itinerarios de su misión.  Siete de ellas, es decir, la primera a los Tesalonicenses, la primera y la segunda a los Corintios las dirigidas a los Gálatas, a los Romanos, a los Filipenses y a Filemón, consideradas unánimemente por los críticos como escritas personalmente por él, recogen el timbre de su voz.  De las otras, es decir, de la segunda a los Tesalonicenses, las dirigidas a los Efesios, a los Colosenses, las dos a Timoteo y la de Tito, muchos dudan de si hay que atribuirlas directamente a Pablo o a alguno de sus colaboradores y discípulos. 

Junto a las cartas están los Hechos de los Apóstoles, en donde Pablo sucede a Pedro en la función de protagonista a partir del capítulo 13 hasta el fin.  Es difícil poner en duda las noticias ofrecidas por los Hechos sobre los sucesos vividos por Pablo; pero teniendo en cuenta el carácter literario y teológico de la obra, es cierto que han de someterse a un juicio de valoración;  en particular, los críticos desconfían del método concordista de combinar materialmente los datos de las dos fuentes.  Escribe, por ejemplo, Bornkamm:  “No es posible tomar sin reserva los hechos como hilo conductor en el que insertar en cada ocasión las cartas como complementos o ilustraciones adecuadas, y tampoco es lícito llenar las lagunas que ofrecen las cartas sirviéndose indiscriminadamente de las abundantes noticias que pueden deducirse de los Hechos.” 

CRONOLOGÍA:  Es bastante fácil trazar el cuadro general de la vida de Pablo.  Nacido al comienzo de la era cristiana, por el año 5 d. C. se convierte y entra a formar parte de los seguidores de Cristo;  sube varias veces a Jerusalén, donde se encuentra con Pedro y participa en el concilio de los apóstoles;  una intensa actividad misionera lo convierte en peregrino por toda el área del Mediterráneo oriental, con estancias prolongadas en Antioquia de Siria, en Corinto, en Efeso y en Roma, donde muere mártir en tiempos de Nerón.

 

 

 

HECHOS DE LOS APÓSTOLES, V

HECHOS DE LOS APÓSTOLES,  V

VIDA DE LAS COMUNIDADES CRISTIANAS 

Sobre este tema Lucas nos bosqueja un cuadro que tiene indudablemente, tintes ideales, por no decir utópicos, pero que se inspira en los recuerdos de los primeros años tanto como en las realidades eclesiales de una época más tardía: vida de oración y reparto de bienes en la joven iglesia de Jerusalén; administración del bautismo de agua y del bautismo en el Espíritu,  1, 5+;  celebración de la Eucaristía, 2, 42+; esbozos de organización eclesiástica en los “profetas” y los “doctores”, 13, 1+, o también en los “presbíteros” que presiden la iglesia de Jerusalén, 11, 30+,  y que Pablo establece en las iglesias que él funda, 14, 23.  Todo ello impregnado,  dirigido, impulsado por un soplo invencible del Espíritu Santo.  A este Espíritu sobre el que Lucas había ya insistido en su evangelio,  Lc 4, 1+,  lo presenta en acción incesante en la expansión de la Iglesia,  Hch 1, 8+,  hasta el punto de que se ha podido llamar a los Hechos “el evangelio del Espíritu Santo”.  

Lo anterior da a esta obra ese aroma de alegría espiritual, de maravilla sobrenatural, de lo que sólo podrán extrañarse los que no comprenden ese fenómeno único en el mundo que fue el nacimiento del Cristianismo.  Si a todas estas riquezas teológicas añadimos la preciosa aportación de tantos detalles concretos que de otro modo no habríamos conocido, si se acierta a saborear los retratos de fina psicología en que Lucas se distingue,  piezas  incisivas y hábiles como el discurso delante de Agripa, 26,  páginas conmovedoras como el adiós a los presbíteros de Éfeso, 20, 17-38, relatos vivos y realistas como el motín de los orfebres,  19, 23-41, se convendrá en que este libro, único en su género en el NT, representa un tesoro cuya falta hubiera empobrecido notablemente nuestro conocimiento de los orígenes del Cristianismo. 

 

Fuente :  Biblia de Jerusalén

HECHOS DE LOS APÓSTOLES, IV

HECHOS DE LOS APÓSTOLES,  IV

OBJETIVIDAD DE LOS HECHOS

Teniendo presente que cada autor se mueve por intereses bastante diferentes,  por ejemplo Pablo es un polemista que sabe ser intransigente, mientras que el propósito de Lucas es demostrar la unidad profunda que existía entre los primeros discípulos,  la objetividad del libro de los Hechos ha sido atacada sesgadamente planteando la cuestión de su finalidad. 

La escuela de F. Ch. Baur ha querido ver en él un escrito de compromiso compuesto en el siglo II para conciliar las tendencias opuestas del petrinismo y del paulismo.  Este sistema tiene el mérito de señalar la existencia innegable de tensiones en la Iglesia primitiva;  pero supone una fecha demasiado tardía, y en su forma radical ya nadie lo sostiene hoy. 

Otros, por su parte, todavía denuncian con frecuencia a esta obra de ser un alegato, con todo lo que esto puede implicar de deformación de los hechos.  Lucas haría de ella una apología de Pablo destinada a convencer a las autoridades romanas de que él no era culpable de ningún delito político.  Y, en efecto, no se puede negar que Lucas subraya el carácter puramente religioso del conflicto que enfrenta a los judíos con Pablo y la indiferencia de las autoridades romanas ante tal conflicto.  Pero, aunque esto parece responder a la verdad histórica, en todo caso no es más que un aspecto de la obra.  El libro de los Hechos es cosa muy distinta de un memorial para presentar ante el tribunal de Roma.  Lo que persigue es nada menos que referir, por sí misma,  la historia de los orígenes cristianos.  

Para convencerse de ello,  basta con examinar su plan.  Se ve en él plasmada la aseveración inicial de Cristo: “Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra”,  Hch 1, 8.

 

Fuente : Biblia de Jerusalén

 

 

 

LIBRO HECHOS DE LOS APOSTOLES, III

LIBRO HECHOS DE LOS APOSTOLES,  III

DISCURSOS DE LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES 

Es razonable suponer que Lucas no había recibido estos discursos tal como los reprodujo, sino que los compuso utilizando algunos temas esenciales de la predicación primitiva apoyados con argumentos que se habían hecho tradicionales y moldeados con fórmulas nemotécnicas:  florilegios de textos escriturísticos para los judíos, reflexiones de filosofía común para los griegos y para todos el anuncio esencial (Kerygma) de Cristo muerto y resucitado, con el llamamiento a la conversión y al bautismo.  Lucas habría conocido primero por tradición y luego por experiencia, estos esquemas de la primera predicación cristiana, y es esto lo que le permitió, con su finísimo sentido psicológico, impregnar estos discursos de una enseñanza de valor auténtico e importancia capital. 

Se han señalado a menudo discrepancias entre el libro de  los Hechos y las epístolas paulinas,  que Lucas parece haber utilizado  pero no en detalle.  Es notable, por ejemplo, que no se haya preocupado de armonizar las cinco visitas de san Pablo a Jerusalén en los Hechos con los datos de Ga 1, 15- 2, 10.  

En otro orden de cosas, se advierte un cierto contraste entre el retrato de Pablo dibujado en los Hechos y el que Pablo hace de sí mismo en su correspondencia. En Atenas Pablo se manifiesta netamente menos severo para con las religiones paganas que en su epístola a los Romanos:  comparar Hch 17, 22-31 con Rm 1, 18-32 (pero ver también Sb 13, 1-10, donde el autor, a la vez que condena la idolatría, disculpa los desvíos que algunos sufren buscando a Dios). En general Lucas atribuye al apóstol una actitud más conciliadora que la de las epístolas.  

Sin embargo,  no debe olvidarse de que cada autor se mueve por intereses basantes diferentes.  Pablo es un polemista que sabe ser intransigente,  mientras que el propósito de Lucas es demostrar la unidad profunda que existía entre los primeros discípulos.

 

Fuente :  Biblia de Jerusalén

 

INTROD. LIBRO HECHOS DE LOS APOSTOLES - II

INTROD. LIBRO HECHOS DE LOS APOSTOLES - II

FUENTES UTILIZADAS POR SAN LUCAS.

Para componer su obra,  el autor de los “Hechos” declara “haber investigado diligentemente todo desde sus orígenes”, sumándose a los que habían “intentado narrar ordenadamente las cosas que se han verificado entre nosotros” Lc 1, 1-4, que constituye el prólogo general de la obra completa). Tales expresiones hacen suponer, por un lado, que ha buscado informaciones precisas y, por otro, que ha aprovechado relatos ya existentes.  El examen del libro confirma esta impresión.  

A pesar de una actividad  literaria siempre vigilante, cuya mano se advierte por doquier asegurando la unidad del libro, se pueden distinguir también sin dificultad algunas corrientes principales en las tradiciones recogidas por Lucas. Los doce primeros capítulos del libro de los Hechos refieren la vida de la primera comunidad reunida en torno a Pedro después de la Ascensión, 1-5,  y los comienzos de su expansión a raíz de las iniciativas misioneras de Felipe, 8, 4-40, de los “helenistas”, 6, 1 al 8, 3; 11, 19-30; 13 1-3, y en fin del mismo Pedro, 9, 32 al 11, 18;  12.  Las tradiciones “petrinas” subyacentes se emparentarían con el “Evangelio de Pedro”, que es conocido en la literatura de la Iglesia antigua.   

Para la segunda parte de los Hechos el autor habría utilizado relatos de la conversión de Pablo, de sus viajes misioneros y de su viaje por mar a Roma como prisionero.  En todo caso,  Lucas parece haber tenido a mano cartas paulinas, y podía haber pedido datos al mismo Pablo, a quien conocía por lo menos en el período de su cautiverio.  Otras personas (¿Silas o Timoteo?) podrían haberle suministrado informaciones circunstanciadas sobre tal o cual episodio.  En tres ocasiones durante su relato, 16, 10-17;  20, 5 al 21, 18; 27, 1 al 28, 16 (y ya también 11, 28 en el texto occidental), Lucas emplea la primer persona del plural.  Siguiendo a san Ireneo, algunos exegetas han creído ver en los pasajes de los Hechos redactados en estilo “nosotros” la prueba de que Lucas acompañó a Pablo en su segundo y tercer viajes misioneros y en su viaje por mar a Roma.  Contrasta, sin embargo, con ello el hecho de que Pablo no menciona nunca a Lucas como compañero de su obra de evangelización, por lo que este “nosotros” parece ser más bien el vestigio textual de un diario de viaje hecho por un compañero de Pablo (¿Silas?) y utilizado por el autor de los Hechos.  

El viaje descrito por el diario puede tener que ver con la colecta hecha por las iglesias de Macedonia y Acaya para la iglesia de Jerusalén,  ver Hch 24, 17; 1 Co 16, 1-4; Co 8 al 9; Rm 15, 25-29.  Una vez reunido este rico material, Lucas organizó hábilmente una unidad literaria, distribuyendo de la mejor manera los diversos elementos y uniéndolos unos con otros por medio de estribillos redaccionales,  por ej.  6, 7; 9, 31; 12, 24; etc.

 

 

Fuente :  Biblia de Jerusalén

 

INTRODUCCIÓN A HECHOS DE LOS APÓSTOLES

INTRODUCCIÓN A HECHOS DE LOS APÓSTOLES

INTRODUCCIÓN A LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES

El tercer evangelio y el libro de los Hechos eran primitivamente las dos partes de una única obra, que nosotros titularíamos hoy “Historia de los orígenes cristianos”.  Desde muy pronto el segundo libro empezó a conocerse bajo el título “Hechos de los Apóstoles” o “Hechos de Apóstoles”, según la moda de la literatura helenística que ya había divulgado obras como los “Hechos” de Aníbal, los “Hechos” de Alejandro, etc.; en el canon del NT está separado del evangelio de Lucas por el evangelio de Juan, que se ha intercalado.  La relación original de estos dos libros del NT viene indicada por sus respectivos Prólogos, así como por su parentesco literario.  

El Prólogo de los Hechos que, como el tercer evangelio, Lc 1, 1-4, se dirige a un tal Teófilo, Hch 1, 1,  remite a este evangelio como a un “primer libro”, resumiendo su propósito y recogiendo los últimos sucesos (apariciones del Resucitado y Ascensión) para empalmar con ellos la continuación del relato. 

El otro vínculo que une estrechamente a estos dos libros es la lengua.  Las características (de vocabulario, gramática y estilo) que aparecen a lo largo  de los Hechos, y que  confirman la unidad literaria de esta obra,  las encontramos también en el tercer Evangelio, lo que apenas permite dudar de que ambos libros son obra de un mismo autor.

 

 

Fuente :  Biblia de Jerusalén

CONT. EVANGELIO SAN JUAN ( PARTE XII)

CONT. EVANGELIO SAN JUAN ( PARTE XII)

LA FE EN EL JESÚS RESUCITADO (20, 1-29) XII

 Al igual que en  Lucas y Marcos (16, 9-20),  pero a diferencia de Mateo y de Marcos 16, 1-8,  el capítulo 20 de Juan sitúa todas las apariciones del Señor resucitado en Jerusalén, sin ninguna indicación de que haya habido otras apariciones en Galilea.  Juan dramatiza cuatro diferentes respuestas de fe al Jesús resucitado, dos en escenas que tienen lugar ante la tumba vacía,  y otras dos en una habitación en donde están reunidos sus discípulos.  La segunda y la cuarta concentran en las reacciones individuales:  María Magdalena y Tomás. Algunos materiales joánicos tienen paralelos en los Sinópticos,  pero su disposición y el material añadido reflejan el gusto de Juan por el encuentro personal con Jesús.  

Las apariciones mencionadas anteriormente pueden localizarse así: 

En la tumba (20, 2-18). Hay una introducción, ver 20, 1-2,  que consiste en la llegada a la tumba de María Magdalena, como la encuentra vacía y su relato a Simón Pedro y al Discípulo amado,  que prepara para las dos escenas junto a la sepultura. En la primera 20, 3-10, presenta a Simón Pedro y al Discípulo amado corriendo hacia la sepultura.  Los dos entran y ven la fajas y el sudario; sin embargo, sólo el Discípulo amado accede a la fe. 

La segunda escena presenta a María Magdalena volviendo a la tumba en donde hay en esos momentos dos ángeles.  Ni las palabras de éstos, ni la repentina presencia de Jesús, al que identifica erróneamente como el jardinero, la conducen a la fe.  Esto se logra cuando Jesús la llama por su nombre, una ilustración del tema enunciado por la alegoría del buen pastor en 10, 3-4: éste  llama a los suyos por su nombre y ellos conocen su voz.  Jesús.  Jesús envía a María para que proclame todo eso a los discípulos, quienes ahora son llamados sus hermanos porque, como resultado de la resurrección y ascensión,  el Padre de Jesús es ahora también su Padre. Jesús sopla sobre ellos y les otorga el Espíritu Santo con poder para la remisión de los pecados, un poder que continúa el suyo propio. 

Dentro de la habitación (20, 19-29).  La primera escena (20, 19-25) acontece el domingo de pascua por la noche, en un lugar que tiene las puertas cerradas por miedo a “ los judíos”.  El cuadro presenta a algunos de los Doce y se parece a la escena conclusiva de los otros evangelios,  en la que Jesús se muestra a los Once (Doce menos Judas) y los envía a la misión.  La segunda escena (20, 26-29) se localiza en el mismo lugar una semana más tarde con Tomás presente. Aunque la prueba propuesta a este discípulo, a saber,  examinar con sus dedos las palmas de Jesús y meter su mano en el costado de aquél, representa una imagen corpórea y tangible del Jesús resucitado, debe notarse que el autor no dice que Tomás tocara a Jesús.  Haberlo hecho supondría probablemente que el discípulo continuaba incrédulo. Más bien la prontitud en que cree sin tocar a Jesús,  es fe genuina. Pronuncia entonces la confesión cristológica más elevada de los evangelios: “Señor mío y Dios mío”, que forma una inclusión con la frase del Prólogo “La Palabra era Dios”. Como respuesta, Jesús bendice a todas las generaciones futuras que creerán en él sin haberlo visto (20, 29), mostrándose así consciente de los futuros lectores del evangelio para los que Juan ha estado escribiendo toda la obra.

 

 

Fuente :  Evangelio según Juan,  Raymond Brown

 

 

 

CONTINUACIÓN EVANG SEGUN SAN JUAN - XI

CONTINUACIÓN EVANG SEGUN SAN JUAN  - XI

CRUXIFICIÓN, MUERTE Y SEPULTURA (19, 17-42)   XI 

También aquí muestra Juan un talante más dramático que los Sinópticos, construyendo episodios de importancia teológica a partir de detalles de la tradición.  Con palabras ligeramente diferentes los cuatro evangelios mencionan la acusación “rey de los judíos”, pero en Juan este hecho sirve de ocasión para el último reconocimiento por parte de Pilato de la verdad sobre Jesús, proclamándola al estilo de una inscripción imperial en tres lenguas.  Los cuatro evangelios mencionan el reparto de las vestiduras de Jesús, pero en Juan el modo como los soldados romanos cumplen así las Escrituras hasta un grado superlativo está formulado como ilustración de que Jesús seguía siendo objeto de una acusación grave.  Los otros evangelios mencionan a las mujeres galileas de pie a una cierta distancia de la cruz tras la muerte de Jesús; Juan las presenta más cerca de la cruz cuando el Maestro está aún vivo.  Hay también otros dos personajes cuya presencia se refleja sólo en Juan, pero cuyos nombres jamás menciona: la madre de Jesús y el Discípulo amado. Jesús los pone en relación de madre a hijo y constituye así una comunidad de discípulos que son madre y hermano para él, la comunidad que conserva el evangelio.  Con ello el Jesús joánico puede ya pronunciar sus palabras finales sobre la cruz, “Todo se ha cumplido”,  para entregar su espíritu a la comunidad de creyentes que deja detrás de sí (19, 30). 

La escena del soldado que atraviesa el costado de un Jesús muerto es típicamente joánica, y es el cumplimiento de 7, 37-39 – del costado del Maestro fluirá agua viva como símbolo del Espíritu- y de 1, 29 (puesto que no se debían quebrar los huesos del cordero pascual), a saber que Jesús es el cordero de Dios. Es propia de Juan la figura de Nicodemo (3, 1-2; 7, 50-52), quien no había admitido abiertamente que creía en el Nazareno.  Ahora reaparece este personaje y (junto con José de Arimatea, un amante de la tradición) proporciona públicamente un entierro honorable a Jesús, cumpliendo la promesa de éste de atraer hacia sí todas las cosas una vez que haya sido elevado (12, 32).

 

 

 

EVANGELIO SEGUN SAN JUAN (X)

EVANGELIO SEGUN SAN JUAN (X)

PASIÓN Y MUERTE DE JESÚS (CAPS. 18-19) 

Con este relato Juan se acerca al evangelio de Marcos.  En ambos relatos se detecta un mismo esquema en cuatro actos: prendimiento,  interrogatorio por el Sumo Sacerdote Judío, proceso ante Pilato, crucifixión- sepultura. 

Prendimiento de Jesús en el huerto allende el Cedrón (18, 1-12). La denominación de los Sinópticos para el lugar al que Jesús y sus discípulos se dirigieron después de la Última Cena al Getsemaní o Monte de los Olivos.  Juan habla de que Jesús cruza el torrente Cedrón y va a un huerto.  La oración al Padre para verse libre de esa hora,  que en Mc 14, 35 se halla en ese contexto, ha aparecido antes en Juan (12, 27-28).  De este modo la escena joánica se centra toda en el prendimiento, con un Jesús deseoso de beber la copa que el Padre le ha alcanzado (cf. Mc 14, 36). Hay aquí rasgos peculiares de Juan: Jesús sabe que Judas va a venir y sale a su encuentro; cuando se identifica a sí mismo con las palabras “Yo soy”, la cuadrilla que va a arrestarlo, que consiste en policías judíos y una cohorte de soldados romanos,  cae en tierra ante él.  Todo esto se corresponde con la imagen que gobierna toda la pasión en Juan, la de un Jesús que todo lo controla: “Nadie me quita la vida, soy yo quien la da por sí mismo.  Tengo poder para darla y poder para volverla a tomar (10, 18). 

Anás interroga a Jesús; negaciones de Pedro (18, 13-27). Todos los evangelios presentan a la cuadrilla que detiene a Jesús entregándolo en el palacio del Sumo Sacerdote judío para ser allí  interrogado, interrogatorio que es acompañado por escenas de injurias e insultos a Jesús y por las tres negaciones de Pedro.  Sólo en Juan no hay sesión del Sanedrín que decide la muerte de Jesús (ésta ha tenido lugar antes,  ver 11, 45-53), y aunque se menciona a Caifás, es Anás quien dirige el interrogatorio. Pa presencia de otro discípulo conocido del Sumo Sacerdote sirve de introducción a las negaciones de Pedro, probablemente el Discípulo amado que sólo aparece en Juan.

  

Fuente :  Evangelio según Juan,  Raymond Brown

 

EVANGELIO SEGUN SAN JUAN (IX)

EVANGELIO SEGUN SAN JUAN (IX)

EL ESPÍRITU DE LA VERDAD. 

Cristo, nuevo Moisés, el profeta por excelencia, va a dejar este mundo para retornar al Padre.  Pero los discípulos se beneficiarán entonces de la venida del Espíritu de verdad, del Paráclito, que continuará entre ellos la obra de Cristo. Al igual que Cristo, el procede del Padre, 15, 26; ver 8, 42; 16, 27-30; 17, 8. Como él será “enviado” a ellos (por el Padre a petición de Cristo: 14, 16; 15, 26; por el mismo Cristo, 15, 26; 16, 7) y permanecerá con ellos para siempre, 14, 16-17; ver Mt 28, 20.  

La misión del Espíritu será enseñarles todo lo que Cristo no haya podido decirles, y, del mismo modo que Cristo, no hablará “por su cuenta”, limitándose a transmitir lo que haya oído junto al Padre, 16, 12-15.  Así los discípulos comprenderán el sentido misterioso, todavía oculto, de ciertos acontecimientos concernientes a Cristo, 2, 22; 12, 16; 13, 7; 20, 9.  

El Espíritu podrá dar testimonio de Cristo, 15, 26, haciendo comprender a los discípulos que, a pesar de su muerte ignominiosa, él era el Enviado de Dios, aquel en quien habría que creer para salvarse, aquel que, a pesar de las apariencias, había vencido definitivamente al Príncipe de este mundo, 16, 8-11.

 

 

 

 

Fuente : Biblia de Jerusalén.

 

 

EVANGELIO SEGUN SAN JUAN (VIII)

EVANGELIO SEGUN SAN JUAN (VIII)

CONVOCATORIA DE REUNIÓN DEL SANEDRÍN (11, 45-53) 

La cantidad de seguidores lograda por Jesús y el miedo a una intervención de los romanos en perjuicio de la nación y del Templo (“el lugar sagrado”) provocan la convocatoria de una reunión del Sanedrín.  Caifás, el sumo sacerdote de ese año fatídico, profiere una profecía, aunque es incapaz de saberlo.  Da a entender que Jesús debe morir en vez de que perezca el pueblo, pero Juan ve en ello que Jesús morirá en pro de la nación y en verdad “para reunir a los hijos dispersos de Dios y hacer de ellos uno”.  Cuando el Sanedrín sella el destino de Jesús y planea cómo matarlolos versículos que intermedian (11, 54-57) preparan el arresto de Jesús durante la Pascua. 

Las dos escenas que siguen tienen paralelos en los Sinópticos, pero en orden inverso.  En Betania, seis días antes de la Pascua, María, la hermana de Lázaro, unge los pies de Jesús (Jn 12, 1-11).  Esta escena tiene un estrecho paralelo con la de Mc 14, 3-9 y Mt 26, 6-13), donde en Betania, dos días antes de la Pascua, una mujer innominada unge la cabeza de Jesús.  Ambas formas de la historia presentan el motivo de ungir a Jesús para la sepultura.  La escena al día siguiente, cuando Jesús entra triunfantemente en Jerusalén (12, 12-19), tiene también estrechos paralelos con la entrada en la capital de Mc 11, 1-10; Mt 21, 1-9; Lc 19, 28-40,  que tuvo lugar considerablemente antes. Sólo  Juan menciona las palmas, y la elección de un asno por parte del Maestro parece ser casi un correctivo que orienta la atención hacia el rey prometido por Zacarías (9,  9-10), que traerá la paz y la salvación. 

La llegada de unos paganos señala el final del ministerio público de Jesús (12, 20-50), lo que hace que éste exclame “Ha llegado la hora” y que hable del grano de trigo que muere para producir mucho fruto.  La atmósfera se asemeja a la de la oración en el huerto,  en Getsemaní, en la noche anterior a su muerte en Mc 14, 34-36 par. En ambas escenas el alma de Jesús está turbada y triste. En Marcos Jesús ruega al Padre que pase de él esa hora;  en Juan Jesús rehúsa rogar al Padre para ser salvado de esa hora, puesto que para eso había venido… reacciones diferentes que reflejan lo que más tarde se llamará la humanidad y la divinidad de Jesús. En Marcos Jesús ruega para que se cumpla la voluntad de Dios; en Juan, por el contrario, para que el nombre de Dios sea glorificado, variantes de las peticiones del Padre nuestro que reflejan el estilo de la oración de Jesús. 

La negativa de las muchedumbres a aceptar la proclamación del Hijo del hombre se transforma en Juan 12, 37-41 en un cumplimiento de la predicción de Isaías, a saber, que nunca creerán. Es cierto que algunos de los del Sanedrín creen en Jesús, pero por temor a los fariseos y no deseando confesarlo no se atreven a proclamar la gloria de Dios (12, 42-43).  Una vez más sospechamos que el evangelista tiene en mente aquellos de las sinagogas de su tiempo que no tenían el coraje de proclamar a Cristo.  Las últimas frases de Jesús en su vida pública, que resumen el mensaje joánico (12, 44-50), se parecen al sumario-obertura dirigido a Nicodemo en 3, 16-21: la luz ha venido al mundo y esta venida es la ocasión de un autojuicio que divide entre los que creen en él y son librados de las tinieblas y aquellos que lo rechazan y son condenados.

 Fuente :  Evang. de San Juan,  Raymond Brown

 

 

 

EVANGELIO SEGUN SAN JUAN (VII)

EVANGELIO SEGUN SAN JUAN (VII)

FIESTA JUDÍA DE LA DEDICACIÓN (HANUKKAH: 10, 22-42) 

Con esta festividad se celebra la dedicación del altar y la reconstrucción del Templo de Jerusalén por los Macabeos (164 a. C.) después de varios años de profanación durante el gobierno de los monarcas sirios. 

El tema de la fiesta será substituido cuando en el pórtico del Templo Jesús afirme que él es al que Dios a consagrado y enviado al mundo (10, 36). Las acusaciones formuladas contra Jesús, ser el mesías y blasfemar por haber dicho que es el Hijo de Dios, se parecen en substancia al contenido del proceso ante el Sanedrín de los evangelios sinópticos justo antes de la muerte de aquél (cf. Jn 10, 24-25. 36 y Lc 22, 66-71). 

Jesús se enfrenta a los intentos de lapidarlo y detenerlo, y proclama provocadoramente: “El Padre está en mí y yo en el Padre”.  A modo de inclusión el evangelio hace que Jesús retroceda a través del Jordán y vaya a donde comenzó la historia en 1, 28, en donde resuena aún el testimonio de Juan Bautista (10, 40-42).

 

PARA RECORDAR: 

Pocos son los cristianos que conocen la fiesta judía de la Dedicación del Templo. Sin embargo, esta fiesta tiene lugar en el mismo día en que nosotros, los cristianos, celebramos el nacimiento de Jesús, Luz del mundo, Sol de Oriente. 

El 25 de diciembre celebran los judíos la fiesta de la Dedicación del Templo.  

¿Con qué motivo? Quizá será bueno que expliques a tus hijos un poco de la Historia de Israel. Ahora no importan mucho las fechas, pero en cambio sí que conviene saber que el Reino de Israel se encontraba situado en la zona de influencia de dos grandes imperios: Egipto y Babilonia. Tratándose de un pueblo pequeño, sus reyes intentaban hacer alianzas o acuerdos con otros reyes similares o se ponían bajo la sombra de uno u otro de los grandes. Con frecuencia, Israel buscó el apoyo en Egipto. Pero eso supuso la enemistad con Babilonia.  

Jerusalén fue asediada y conquistada. Una buena parte de sus pobladores fueron deportados a Babilonia y allí, en el exilio, transcurrieron sus vidas durante varias generaciones.  

Hubo un momento en que pudieron volver a Jerusalén y entonces volvieron a consagrar el Templo, para que en él pudiera darse culto a Dios (año 515 a.C.) . Durante varios siglos el Pueblo de Israel pudo volver a tener una estrecha relación con el Templo, lugar de la manifestación de Dios. En términos generales, siguieron estando bajo la dominación de otras superpotencias: por ejemplo, en el siglo tercero antes de Cristo gobernaron los tolomeos, descendientes de Tolomeo, Gobernador de Egipto a la muerte de Alejandro Magno, mientras que en el siglo segundo gobernaban en Judea los seléucidas, provenientes de Siria.

 

EVANGELIO SEGUN SAN JUAN (VI)

EVANGELIO SEGUN SAN JUAN (VI)

EL SEGUNDO SIGNO EN CANÁ (4, 43-54). 

Este segundo signo se asemeja a la primera historia de Caná en la que la peticionaria es rechazada, pero persiste y se le concede su  petición. La historia del hijo (huiós) del cortesano es probablemente una tercera variante de la historia del siervo (páis) del centurión, que presenta dos formas ligeramente divergentes en Mt 8, 5-13 y Lc 7, 1-10.  Las variantes son de la clase que puede surgir en la tradición oral;  por ejemplo, un “muchacho” en español puede significar un hijo o un siervo. En la secuencia de los temas joánicos la transición de 4, 43-45 habla también de una fe inadecuada que no concede honor a un profeta en su propia tierra) cf. Mc 6,4: Lc 4, 24).  Ello establece un contraste con la fe que muestra el funcionario real, pues éste cree que ocurrirá lo que ha dicho Jesús, vuelve a casa fortalecido por esta creencia y conduce en último término a toda su casa hacia la fe (cf. Hch 10, 2; 11, 14; 16, 15.34). 

Jesús había hablado a Nicodemo de ser engendrado o de un nacimiento de lo alto que da la vida; a la samaritana le había hablado de un agua que brota para la vida eterna; ahora Jesús da la vida al hijo del funcionario real.  Todo esto prepara para una frase clave de la sección siguiente, en la que el Hijo concede la vida a quien quiere.

 

 

EVANGELIO DE SAN JUAN, (V)

EVANGELIO DE  SAN JUAN,   (V)

DEL PRIMER MILAGRO EN CANÁ AL SEGUNDO  (CAP 2-4) 

La escena de Caná es el “ primer signo” (2, 11);  y así,  como ocurre con una puerta giratoria,  se cierra la revelación inicial y, a la vez, se abre la sección siguiente.  Ésta concluye en 4, 54, donde se nos cuenta que la curación de un funcionario áulico en Caná “fue el segundo signo realizado por Jesús viniendo de Judea a Galilea”.  El tema de la substitución está presente en las acciones y palabras del Maestro en los tres capítulos así señalados. 

En el milagro inicial de Caná (2, 1-11), al que Juan denomina “signo”, Jesús substituye el agua obligatoria en las abluciones judías (contenida en tinajas de piedra con una capacidad en total de más de quinientos litros) por un vino tan bueno que el maestresala se admira de por qué razón el vino mejor ha sido guardado para el final.  Este vino representa la revelación y sabiduría que Jesús trae de parte de Dios (Pr 9, 4-5; Eclo 24, 20) y que cumple la profecía veterotestamentaria de la abundancia de vino en los días mesiánicos (Am 9, 13-14;  Gn 49, 10-11).  En la narración se entremezcla un motivo secundario que implica a la madre de Jesús, cuya petición de tono familiar a favor de los recién casados (“No tienen vino”) es rechazada por Jesús porque su hora no ha llegado aún.  La persistencia de la madre, sin embargo –un tributo a las palabras de su hijo (“Haced lo que él os diga”)-, le lleva a cumplir su ruego original.  Lo mismo ocurre en el segundo signo en Caná,  en el que la insistencia del funcionario real torna victoriosa su petición tras un rechazo inicial (Jn 4, 47-50;  7, 26-29).  La madre de Jesús volverá a aparecer a los pies de la cruz (Jn. 19, 25-27), donde se completa su incorporación al discipulado al convertirse en la madre del Discípulo amado.  En el entretanto,  gracias a un versículo de transición (2, 12), nos enteramos de que ella y los “hermanos” de Jesús lo siguen hasta Cafarnaún, pero no más allá cuando comience su ministerio público en Jerusalén. 

La sección siguiente (2, 13-22) está situada en la capital cerca de la Pascua, y trata de la actitud de Jesús hacia el Templo.  Esta perícopa tiene paralelos en dos escenas de los Sinópticos: la purificación del Templo (Mc 11, 15-19. 17-28 y par.), que tiene lugar poco antes de que Jesús sea condenado a muerte, y la de los testigos en el proceso ante el Sanedrín, en la noche anterior a la crucifixión, quienes testifican en falso que Jesús había dicho que destruiría ese santuario (Mc 14, 58; Mt 26, 61; cf. Hch 6, 14).  En Juan estas escenas están combinadas y colocadas al principio de la vida2 pública;  el dicho sobre el Templo aparece en labios de Jesús (pero  como “Destruid” y no como “Yo destruiré”); la substitución no afecta a otro Templo, sino al mismo, que será levantado de nuevo.   

 

Fuente : Evangelio según Juan,  Raymond Brown.

INTRODUCCIÓN EVANGELIO DE SAN JUAN (IV)

INTRODUCCIÓN EVANGELIO DE SAN JUAN (IV)

LA GLORIA DEL VERBO ENCARNADO

En cada evangelista predomina un determinado enfoque sobre Jesús y sobre su misión.  Para San Juan, Jesús es el Verbo hecho carne, que ha venido a dar la vida a los hombres, 1, 14. 

El misterio de la Encarnación domina todo su pensamiento.  Esta teología de la Encarnación se expresa en lenguaje de misión y testimonio.  Jesús es la Palabra (el Verbo) enviado por Dios a la tierra y que debe volver a Dios una vez cumplida su misión, ver 1, 1+.  Esta misión consiste en anunciar a los hombres los misterios divinos: Jesús es el testigo de lo que ha visto y oído junto al Padre, ver 3, 11+.  Para acreditar su misión, Dios le ha dado poder de realizar cierto número de obras, de “signos” que superan las posibilidades humanas y demuestran que ciertamente ha sido enviado por ese Dios que obra en él. 

Estos “signos” son la manifestación, todavía discreta, de su gloria, en espera de la plena manifestación en el día de su resurrección.  Porque según la profecía de Isaías 52, 13, el Hijo del hombre debe ser “alzado” y por la Cruz volver al Padre,  ver 12, 32+, para recobrar la gloria que tenía en Dios  “antes de que el mundo fuese”, 17, 5+.24, cuya revelación tuvieron los Profetas, ver 5, 39-46; 12, 41; 19, 37.  Su manifestación es la teofanía que culmina y eclipsa todas las precedentes, la de la creación, 1, 1, las que fueron otorgadas a Abrahán, 8, 56, a Jacob, 1, 51, a Moisés 1, 17, a los profetas. 

La gloria del “Día de Yavhé” (Amós 5, 18) se cumple en el día de Jesús, 8, 56, y especialmente en su “Hora”, 2, 4+, la Hora de su “elevación” y de su “glorificación”; entonces se revela la trascendente grandeza del “enviado”, venido al mundo para dar la vida a los que por la fe reciben el mensaje de salvación que él trae.  Y precisamente  porque toda esta misión del Hijo está ordenada a una obra de salvación es en definitiva manifestación suprema del amor del Padre al mundo,  ver 17, 8+. 

 

Fuente : Biblia de Jerusalén.

        

INTRODUCCIÓN EVANGELIO SAN JUAN (III)

INTRODUCCIÓN EVANGELIO SAN JUAN (III)

JESÚS EL NUEVO MOISÉS

Moisés, como todos los profetas había sido “enviado” por Dios para salvar y guiar a su pueblo.  Igualmente, Cristo fue “enviado” por Dios para dar la vida a los hombres.  Tan cierto es esto que Jesús nombra a Dios veinte veces como “aquel que me ha enviado”.  Pero ¿cómo podemos nosotros creer que en efecto es así y que Jesús no es un impostor?  Ya Moisés había expuesto este reparo a Dios (Ex 3, 13; 4, 1), y para responderle Dios había concedido a Moisés el realizar “signos” que serían la prueba de su misión divina (Ex 4, 2-9).  Lo mismo pasa con Jesús.  Durante su vida terrestre realiza seis milagros, de los cuales los dos primeros y el último se  ofrecen como “signos” que prueban su misión, 2, 11; 4, 54; 12, 18; ver 11, 42.  Y es por razón de estos signos por lo que la gente sigue a Jesús y cree en él.  En efecto,  sólo Dios puede alterar las leyes de la naturaleza;  por tanto, si un hombre realiza “signos”, es porque ha venido de parte de Dios y porque “Dios está con él”.  Y el signo por excelencia, el séptimo, será la resurrección de Cristo, 2, 18-22, porque es Jesús mismo quién tiene poder de recobrar su vida.  Sin embargo, para creer en Jesús no se debe dar demasiada importancia a los “signos”, 4, 48; 20, 25-29;  es en definitiva su palabra, el mensaje que nos transmite de parte de Dios, lo que debe unirnos a él, 4, 40-42.   Si,  incluso después del “signo” de la multiplicación de los panes, solo los Doce siguen fieles a Jesús, es porque han comprendido que él tiene las palabras de vida eterna,  6, 66-69.

 Las palabras de Jesús deben comprometer nuestra fe por la misma razón que los “signos” que realiza.  Si es verdad que los “signos” atestiguan a favor de la misión de Jesús, 5, 36; 10, 25, también deben movernos otros motivos, como el testimonio del Bautista,  el del Padre en el acto del autismo de Cristo,  el de las Escrituras que anunciaron su venida,  en fin, el Espíritu.  Por su parte, el discípulo a quien Jesús amaba puede atestiguar que Jesús está realmente muerto, 19, 35,  condición indispensable para que el “signo” por excelencia, la resurrección,  no pueda ponerse en duda.

 Con el tema de Jesús nuevo Moisés está estrechamente unido el de Jesús rey mesiánico.  Precisamente porque le reconocen como el Profeta por excelencia, los judíos quieren tomarle por la fuerza para hacerle rey, 6, 14-15. Esta relación entre los dos temas procede quizá de las tradiciones samaritanas.  En efecto,  para los samaritanos dos personajes dominaban la historia bíblica: Moisés, el profeta por excelencia, y el patriarca José, a quien ellos daban el nombre de “rey”, ver Gn 41-43.  Ahora bien,  en el evangelio de Juan, después de ser reconocido como “Aquel de quien Moisés escribió en la Ley”,  1, 45;  ver Dt 18, 15-18,  Jesús es proclamado “rey de Israel” por Natanael,  1, 49, e inmediatamente después provee de vino a los que no lo tenían, como el patriarca José había abastecido de trigo durante el hambre de Egipto,  2, 5, citando Gn 41, 55. Sea ello lo que fuere, mediante este título de “rey” dado a Jesús se crea un nexo con las tradiciones judías  según las cuales Cristo, el rey mesiánico, debía ser descendiente de David, 7, 40-42.

 

Fuente : Biblia de Jerusalén