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Palabra Creadora

EPÍSTOLAS DE SAN PABLO, IV

EPÍSTOLAS DE SAN PABLO, IV

EL MAYOR MISIONERO CRISTIANO 

El libro de los Hechos ofrece una narración ordenada de la obra misionera de Pablo.  Se desarrolla preferentemente en aquella zona costera del Mediterránea que Deissmann llama “la elipse del olivo”, y que toca las ciudades de Damasco, Tarso, Antioquía de Siria, Chipre y Anatolia sudoriental;  vienen luego las ciudades de Filipos, Tesalónica, Berea, Atenas, Corinto,  en Europa;  Éfeso, capital de la provincia romana de Asia, y Roma, capital del imperio. 

Los datos de las cartas confirman este cuadro, aunque no permiten seguir todas sus líneas y anclarlas dentro del esquema de una triple expedición,  tal como se dibuja en los Hechos. 

Pablo escogía intencionalmente las grandes aglomeraciones humanas de las ciudades más pobladas, sobre todo las que no habían sido tocadas aún por el evangelio, en donde intentaba hacer surgir al menos una pequeña comunidad cristiana que estuviera animada y presidida por personas especialmente entregadas y generosas, (ver I Ts 5, 12-13,   I Co 16, 15-16).  Todo hace pensar que la metodología misionera de Pablo,  a diferencia de los predicadores itinerantes de su época, buscaba a los pueblos más que a los individuos concretos;  por esto parece realmente singular que Pablo no haya tomado nunca en consideración a una ciudad tan poblada y significativa como Alejandría de Egipto.  Desde el principio tiene conciencia de haber sido llamado a evangelizar a los gentiles (Gál 1, 16), y esta vocación queda ratificada por Pedro y los apóstoles (Gál 2, 9-10). 

Su método de comunicar el evangelio se compendía en la palabra, en el ejemplo y en el amor:  una palabra que no es simple transmisión verbal, sino que va impregnada del Espíritu y del poder de Dios, que interpela a los hombres por medio de sus enviados,  “como si Dios exhortase por nosotros” (2 Co 5, 20). A la comunidad de Tesalónica escribe:  “Al recibir la palabra de Dios que os predicamos, la abrazasteis no como palabra de hombre,  sino como lo que es en verdad, la palabra de Dios, que permanece vitalmente activa en vosotros los creyentes (I Ts 2, 13);  en efecto, el evangelio es “poder de Dios para todo el que cree” (Rom 1, 16).

 

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