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Palabra Creadora

INTRODUCCIÓN EVANGELIO SAN JUAN (III)

INTRODUCCIÓN EVANGELIO SAN JUAN (III)

JESÚS EL NUEVO MOISÉS

Moisés, como todos los profetas había sido “enviado” por Dios para salvar y guiar a su pueblo.  Igualmente, Cristo fue “enviado” por Dios para dar la vida a los hombres.  Tan cierto es esto que Jesús nombra a Dios veinte veces como “aquel que me ha enviado”.  Pero ¿cómo podemos nosotros creer que en efecto es así y que Jesús no es un impostor?  Ya Moisés había expuesto este reparo a Dios (Ex 3, 13; 4, 1), y para responderle Dios había concedido a Moisés el realizar “signos” que serían la prueba de su misión divina (Ex 4, 2-9).  Lo mismo pasa con Jesús.  Durante su vida terrestre realiza seis milagros, de los cuales los dos primeros y el último se  ofrecen como “signos” que prueban su misión, 2, 11; 4, 54; 12, 18; ver 11, 42.  Y es por razón de estos signos por lo que la gente sigue a Jesús y cree en él.  En efecto,  sólo Dios puede alterar las leyes de la naturaleza;  por tanto, si un hombre realiza “signos”, es porque ha venido de parte de Dios y porque “Dios está con él”.  Y el signo por excelencia, el séptimo, será la resurrección de Cristo, 2, 18-22, porque es Jesús mismo quién tiene poder de recobrar su vida.  Sin embargo, para creer en Jesús no se debe dar demasiada importancia a los “signos”, 4, 48; 20, 25-29;  es en definitiva su palabra, el mensaje que nos transmite de parte de Dios, lo que debe unirnos a él, 4, 40-42.   Si,  incluso después del “signo” de la multiplicación de los panes, solo los Doce siguen fieles a Jesús, es porque han comprendido que él tiene las palabras de vida eterna,  6, 66-69.

 Las palabras de Jesús deben comprometer nuestra fe por la misma razón que los “signos” que realiza.  Si es verdad que los “signos” atestiguan a favor de la misión de Jesús, 5, 36; 10, 25, también deben movernos otros motivos, como el testimonio del Bautista,  el del Padre en el acto del autismo de Cristo,  el de las Escrituras que anunciaron su venida,  en fin, el Espíritu.  Por su parte, el discípulo a quien Jesús amaba puede atestiguar que Jesús está realmente muerto, 19, 35,  condición indispensable para que el “signo” por excelencia, la resurrección,  no pueda ponerse en duda.

 Con el tema de Jesús nuevo Moisés está estrechamente unido el de Jesús rey mesiánico.  Precisamente porque le reconocen como el Profeta por excelencia, los judíos quieren tomarle por la fuerza para hacerle rey, 6, 14-15. Esta relación entre los dos temas procede quizá de las tradiciones samaritanas.  En efecto,  para los samaritanos dos personajes dominaban la historia bíblica: Moisés, el profeta por excelencia, y el patriarca José, a quien ellos daban el nombre de “rey”, ver Gn 41-43.  Ahora bien,  en el evangelio de Juan, después de ser reconocido como “Aquel de quien Moisés escribió en la Ley”,  1, 45;  ver Dt 18, 15-18,  Jesús es proclamado “rey de Israel” por Natanael,  1, 49, e inmediatamente después provee de vino a los que no lo tenían, como el patriarca José había abastecido de trigo durante el hambre de Egipto,  2, 5, citando Gn 41, 55. Sea ello lo que fuere, mediante este título de “rey” dado a Jesús se crea un nexo con las tradiciones judías  según las cuales Cristo, el rey mesiánico, debía ser descendiente de David, 7, 40-42.

 

Fuente : Biblia de Jerusalén

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