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Palabra Creadora

LIBROS I Y II DE SAMUEL, (2a.Parte)

El segundo libro de Samuel no da más que un resumen de los resultados políticos del reinado de David,  los cuales fueron considerables.  Los filisteos fueron definitivamente rechazados, la unificación del territorio concluye con la absorción de los enclaves cananeos, y en primer lugar Jerusalén,  que se convirtió en la capital política y religiosa del reino.  Fue sometida Transjordania, y David extendió su dominio sobre los arameos de Siria meridional.  Con todo,  cuando murió David, hacia el 970,  la unidad nacional no estaba verdaderamente consolidada.

David era rey de Israel y de Judá y estas dos fracciones se oponían a menudo,  por ejemplo, la rebelión de Absalón fue sostenida por las gentes del Norte,  el benjaminita Seba quiso sublevar al pueblo al grito de “A tus tiendas, Israel”.  En este momento se presiente ya el cisma.

Estos libros traen un mensaje religioso y exponen las condiciones y las dificultades de un reino de Dios sobre la tierra.  El ideal sólo se ha conseguido bajo David;  este logro ha sido precedido por el fracaso de Saúl y será seguido por todas las infidelidades de la monarquía, que atraerán la condenación de Dios y provocarán la ruina de la nación.

A partir de la profecía de Natán, la esperanza mesiánica se ha alimentado de las promesas hechas a la casa de David. El Nuevo Testamento se refiere a ellas tres veces,  Hechos 2, 30,   2 Co 6, 18,  Hb 1, 5.  Jesús es descendiente de David, y el nombre de hijo de David que le da el pueblo es el reconocimiento de sus títulos mesiánicos.  Los Padres han establecido un paralelo entre la vida de David y la de Jesús, el Cristo, el Ungido,  elegido para salvación de todos,  rey del pueblo espiritual de Dios y,  sin embargo,  perseguido por los suyos.

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